Se me
acerco con ese tufo a orine macerado, rancio y ácido.
Necesitaba
ayuda. Como siempre.
Traía su
móvil en la mano.
No es
amiga de la tecnología, ni de nadie.
Balbuceó
en su español obligado unas cuantas palabras.
El hedor
a “miao” almacenado me desconcentró.
No
entendí. Semejante error.
Devolví
el cuestionamiento, evidentemente.
Las
sudamericanas somos brutas. Eso siempre me decía, “pero no es contigo”.
Ella en
cambio es de una raza superior, próspera e “independiente”.
Se trata
de una gente con al menos cuatro idiomas. Como si el lenguaje los hiciera
hombres de bien, y menos vulnerables al error.
Gente que
no se va de “tapas y cañas”.
Gente que
curra 14 horas al día.
Gente que
mantiene y sostiene la economía de España.
Ella podría
personificar el “tópico” pero su humanidad eligió otra ruta.
Se
decantó por aquello de vivir de la apariencia y alcanzó un doctorado en
manipulación, la herramienta perfecta para gestionar sus “chanchullos” y no
morir en el intento.
Ciertamente
las horas del día no podían tener desperdicio. Bien las invertía en cómo
“liarla”; y en cómo sacarle el máximo rendimiento a Google Translate.
Buscar
fantasmas era su hobby favorito. Paranoica incluso de su propia sombra, esa que
de una manera u otra le susurraba que las cosas que hacía no estaban bien.
Se tenía
que montar la película.
Lo hacía
con la confianza de que lo único prohibido es matar gente. De resto, todo es
válido.
Confianza?
Un valor
tan exigido en esta sociedad que espanta y escandaliza.
Como si
cada persona y situación estuviera siempre en tela de juicio. Y si la
expectativa se sale del molde, tela, se baja de categoría, sin margen a la
duda.
Otra vez,
se trata de una raza superior.
Pero vuelvo a mi roommate.
Las
pautas de convivencia eran ilógicas e impuestas, y como inquilina:
·
No podía
hacer vida matutina en los espacios comunes porque le alteraba el sueño.
·
Lavar la
ropa estaba supeditado al ojo % de su criterio en higiene.
·
Su
presencia en “casa” era la única forma en la que yo podía estar ahí también. De
lo contrario, calle. No tenía llave, me la había quitado.
Y sí, así fue como durante mes y
medio me convertí en una especie de homeless,
surcando bibliotecas; tratando de usar el tiempo a favor; esperanzada en tener
respuesta positiva sobre asuntos migratorios que tenía en marcha y, por
supuesto, encontrar un espacio digno donde vivir.
Pero nada de esto pasó.
No tuve respuesta positiva y tampoco encontré el piso ideal. El mercado inmobiliario en Barcelona es muy heavy.
Aun así, el milagro ocurrió. Pero
esto no pasa chasqueando los dedos. Ocurre con firmeza y decisión. Lo demás
viene del cielo y se manifiesta a través de los ángeles que están en la tierra.
“Lo divino se aparece ante usted para
demostrarle el infinito amor que siente hacia usted”
El lunes 13 de noviembre mientras
esperaba sentada en las escalara por la llegada de esta mujer, “la loca” -como
algunos de mis amigos le bautizaron-, apareció mi vecino, oriundo de Bilbao.
Era la tercera o cuarta vez que
me ofrecía entrar a su casa. Por respeto a la intimidad de su hogar, y sin
ánimos de contaminarle por mi situación, otra vez me negué.
Me quedé pensando en cómo hacer
para salir de ese infierno de manera inmediata; en cómo hacer para rescatar y
dejar mis cosas de manera segura mientras conseguía algo dónde hospedarme.
Tic Tac, tic tac, tic tac…El
tiempo seguía. Yo, la escalera, el frío
y los pensamientos.
Lo único que sabía era que
necesitaba “formas” para respaldarme y recuperar al menos la fianza que había
dejado.
El alquiler de pisos/habitaciones
en BCN es un asunto de mercado negro. No tenía ley que me amparase.
Así que le toqué el timbre al
vecino para formularle unas preguntas, y otra vez me invitó a pasar. Esta vez
acepté.
La
improvisada visita fue adorable. Él y su esposa (uruguaya) se convirtieron en
mi refugio y en mi esperanza. Eran todo lo que necesitaba.
Al día
siguiente, a primera hora de la mañana, tal como lo habíamos organizado, mis
cosas estaban pasando del 1-2 al 1-1.
La escena
con “la loca” no fue una sorpresa: nervios, amenazas, conjeturas, chillidos…
más de lo mismo. Era de esperarse. No me importa. Tampoco me importa mucho el
que haya perdido quince días de renta y el que no vea claro cómo recuperar la
fianza. Una estafa.
Estoy
feliz. Salí de ahí.
Hay gente
genuinamente buena y bondadosa en la vida, y los tenía muy cerquita.
De los
otros dos amigos que he hecho en Barcelona, un venezolano y un catalán, tampoco
podía esperar menos. Uno me ayudó con la mudanza y ha sido el catalizador
negativo de mis “circunstancias”. El otro me ofreció la habitación que tenía
libre en casa y que se estaba planteando alquilar.
Así
funciona la vida, haciendo bien, con redes, con palabra, con integridad, y con
reciprocidad.
Los aires
de superioridad no tienen que ver con nacionalidad. Tienen que ver con gente
insolente que solo se mira hasta donde su ombligo se lo permite.
Y sí,
puede que me haya topado con algunos de ellos.
Pero no son la mayoría.
La
mayoría son como Luis y Ana (los vecinos), como Rodrigo (el sifri-friedman),
como Albert (mi actual roommate). La
nueva gente que habita en mi corazón y que le dan a la vida este olor a
ilusión.
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