lunes, 21 de marzo de 2016

Para que algo grande entre…

 
Foto cortesía Manuel Ruiz
Dejarse fluir es mucho más fácil decirlo que hacerlo

 No me gustan las operaciones quirúrgicas. Acaso creen que no me he hecho la mamoplastia porque me siento muy cómoda con los dos botones que me dio la vida,  en un país donde se mide la belleza femenina por la talla del sostén? Aceptar a mis dos pequeñas ha pasado por entender, entre otras cosas, que entrar a un quirófano tiene que ser una necesidad  mas no un ticket a la vitrina de los big deal. Pero el universo es sabio y aunque a veces pareciera darnos en la llaga, en realidad nos conduce a nuevos estados de conciencia donde los deseos trascienden límites temporales en función del bienestar personal.  

Que cómo se traduce eso? Llevo mucho más de 6 meses organizando el viaje de mis sueños: culminando mi especialización en mercadeo tres trimestres antes de lo previsto, arreando la burocracia de las universidades públicas, sobornando con arepas andinas (aunque usted no lo crea) a los empleados administrativos, manipulando con alevosía a los simpatizantes de los extremos políticos; y por supuesto, y con mucha devoción, rezando por ayuda divina para que todo se diera conforme los tiempos que me había trazado. Pero por más que lo intente no tengo control de nada y el dejarse fluir es mucho más fácil decirlo que hacerlo.

A pocas semanas de embarcarme en la nueva aventura una cita médica de rutina confirmó que debían intervenirme quirúrgicamente para sacar dos tumores benignos que crecieron en mi vientre. Técnicamente se llaman Miomas. Debido a su condición benigna, la extracción no es necesaria a menos que el paciente presente hemorragias abundantes, dolores menstruales excesivos, dificultad para la concepción, etc. Yo no cumplo con ninguno de los anteriores criterios de selección pero sí con uno importante, su volumen. Y si quiero que algo grande entre, algo grande tiene que salir. 

Obviamente, la noticia me desequilibró. También me llevó al cuestionamiento cliché de los seres humanos. Por qué a mí? Por qué ahora? Y resulta que no soy la excepción. Los miomas son tan frecuentes que se calcula que la mitad de las mujeres llega a padecerlos en algún momento de sus vidas. Tampoco soy una persona extraordinaria -inmune- esa condición se la dejo a Dios, quien todo lo sabe y todo lo puede. Simplemente soy una mujer ordinaria; que siente; que se frustra; que se enferma, sin embargo recibe esta experiencia como una invitación a la reflexión. Se trata de abrazar todas las situaciones de la vida con sus pro, y aceptar esas bendiciones que vienen disfrazadas de contra.

Más allá de sonar a “chinazo”, el tema de este post es una metáfora a esas situaciones que no nos dejan avanzar; que son una carga física, emocional o espiritual. Como si en el camino le metiéramos piedras a la mochila, entonces la ruta se hace lenta y amarga.  Y es que acumulamos y no drenamos. Colgamos los problemas en la pared de la indiferencia, posiblemente porque nos lastima el ego o nos saca de nuestro espacio de confort. Cuántas veces hemos renunciado a una relación-situación (laboral, familiar, de pareja) porque nos sentimos maltratados, desvalorados, abandonados, acorralados, manipulados, y depositamos afuera la culpa de nuestros pesares y poca fortuna? 

En fin, tomamos la salida de emergencia sin contar que a la vuelta de la esquina persiste, lo que resiste. Y es que para poder avanzar en cualquier aspecto de nuestras vidas debemos hacer contacto con las heridas, con nuestras cargas, porque pequeñas que sean. Debemos hacer trabajo interno y reconocer que no hay nada ni nadie tratando de conspirar contra nosotros. Afuera solo hay vehículos de aprendizaje y autoconocimiento. 



Nota: Los créditos de la fotografía son para Manuel Ruiz @manuelruiz.c
La modelo es anónima

martes, 8 de marzo de 2016

A propósito del suceso en Montañita y del Día Internacional de la Mujer


 
Atardecer
Foto: por la autora
(Montañita, 2011)


No conocí a María José, tampoco a Marina. Pero llevo días pensando en ambas, quebrándome ante las versiones del hecho, reflexionando sobre las críticas que rodean el viaje de dos chicas mochileras, jugando a ponerme en sus zapatos, en fin, haciendo conjeturas y -en definitiva- concluyendo que es más fuerte la discriminación del género que el intento de hacer justicia por la vida pérdida de dos seres humanos que el único pecado que tuvieron fue el querer vivir y ser mujer.

Sé que Montañita es un paraíso. Pero no tanto! Durante el 2011 viví en la capital costera de Ecuador, Guayaquil, a una hora y media aproximadamente de Montañita. Tal vez un poco más o un poco menos. Depende del medio de transporte que se tome. Yo corrí con la fortuna de ir en vehículo particular, guiada por compañeros de trabajo que me vendieron un fin de semana obligado en la playa para salir de la rutina, esa que carcome a los expatriados que no tienen familia ni vida social en el extranjero.
 

Fui testigo de la belleza tropical, del verano eterno de Montañita; de los surfistas desafiando las olas; de los atardeceres que te roban el aliento; de la vida alegre. Pero también fui testigo del culto cómplice por el libertinaje; del exceso de drogas y sexo; de la gente que se descose por acabar los trapos.

Argentinos, Chilenos y Franceses abundan

Foto: por la autora 
(Montañita, 2011)


Generalizar sería un insulto para quienes como yo (y seguramente como las dos chicas mendocinas) trascienden sus límites personales por una necesidad íntima de explorar lo desconocido; de salir al encuentro de profundas conexiones con la vida, el amor y la libertad. Todas tenemos el derecho -y hasta el deber- de salir de nuestros esquemas tradicionales y probarnos ante lo desconocido y hacer de cada experiencia un aprendizaje que nos conduce a lo que nos identifica, al reencuentro de sí mismas.

Como viajera juego a ponerme en los zapatos de ellas. Revisé sus redes sociales tratando de entender sus estilos, sus ambiciones, sus sueños. Y en definitiva las honro, las admiro y me uno al pesar de sus seres queridos. Me siento profundamente consternada por lo ocurrido y me parece indigno que existan tantas contradicciones. Es obvio que hay un nido de irresponsables jugando a las muñecas de trapo.

Hasta cuando las mujeres vamos a ser presas de vejaciones? Hasta cuando el machismo, el bendito machismo? Es tal el abuso contra la mujer que terminan siendo aislados/esporádicos los hechos que salen a la luz pública contra los que a diario se comenten y se quedan engavetados,  presos del pánico y de las amenazas. Sin miedo a equivocarme, puedo decir que el abuso contra la mujer y las niñas es el problema número uno que enfrentan las comisiones de los derechos humanos. Por qué? Acaso existe una malinterpretación de nuestro rol en la sociedad? En qué momento nos relegaron a una segunda posición frente a los ojos universales, atrincheradas en la esquina del que pide limosna.

Somos poderosas. No hay nada más avasallante que la energía de una mujer. Tomemos responsabilidad y vamos a empoderarnos de la solución. Tenemos que empezar por nosotras mismas, por amarnos por encima de cualquier grito ensalzado de lección; de cualquier insulto maquillado por una falsa emoción; de cualquier mano alzada manipulada por la presión; de cualquier manoseo y de cualquier irrespeto a lo sagrado de nuestras partes en nombre de un ausente amor.
Sé que no es fácil pero quienes viven para callarlo saben que el abuso contra la mujer es un crimen que se alimenta del miedo, de la ausencia de autoconomiento y de la falta de amor propio. Busquemos las herramientas. Las puertas de lo posible siempre están abiertas para quienes lo intentan. Hagámoslo, desde nuestro rol de viajeras, amigas, esposas, empresarias y/o amas de casa. En definitiva, somos poderosas a todo nivel.

Feliz eterno viaje, chicas.