martes, 8 de marzo de 2016

A propósito del suceso en Montañita y del Día Internacional de la Mujer


 
Atardecer
Foto: por la autora
(Montañita, 2011)


No conocí a María José, tampoco a Marina. Pero llevo días pensando en ambas, quebrándome ante las versiones del hecho, reflexionando sobre las críticas que rodean el viaje de dos chicas mochileras, jugando a ponerme en sus zapatos, en fin, haciendo conjeturas y -en definitiva- concluyendo que es más fuerte la discriminación del género que el intento de hacer justicia por la vida pérdida de dos seres humanos que el único pecado que tuvieron fue el querer vivir y ser mujer.

Sé que Montañita es un paraíso. Pero no tanto! Durante el 2011 viví en la capital costera de Ecuador, Guayaquil, a una hora y media aproximadamente de Montañita. Tal vez un poco más o un poco menos. Depende del medio de transporte que se tome. Yo corrí con la fortuna de ir en vehículo particular, guiada por compañeros de trabajo que me vendieron un fin de semana obligado en la playa para salir de la rutina, esa que carcome a los expatriados que no tienen familia ni vida social en el extranjero.
 

Fui testigo de la belleza tropical, del verano eterno de Montañita; de los surfistas desafiando las olas; de los atardeceres que te roban el aliento; de la vida alegre. Pero también fui testigo del culto cómplice por el libertinaje; del exceso de drogas y sexo; de la gente que se descose por acabar los trapos.

Argentinos, Chilenos y Franceses abundan

Foto: por la autora 
(Montañita, 2011)


Generalizar sería un insulto para quienes como yo (y seguramente como las dos chicas mendocinas) trascienden sus límites personales por una necesidad íntima de explorar lo desconocido; de salir al encuentro de profundas conexiones con la vida, el amor y la libertad. Todas tenemos el derecho -y hasta el deber- de salir de nuestros esquemas tradicionales y probarnos ante lo desconocido y hacer de cada experiencia un aprendizaje que nos conduce a lo que nos identifica, al reencuentro de sí mismas.

Como viajera juego a ponerme en los zapatos de ellas. Revisé sus redes sociales tratando de entender sus estilos, sus ambiciones, sus sueños. Y en definitiva las honro, las admiro y me uno al pesar de sus seres queridos. Me siento profundamente consternada por lo ocurrido y me parece indigno que existan tantas contradicciones. Es obvio que hay un nido de irresponsables jugando a las muñecas de trapo.

Hasta cuando las mujeres vamos a ser presas de vejaciones? Hasta cuando el machismo, el bendito machismo? Es tal el abuso contra la mujer que terminan siendo aislados/esporádicos los hechos que salen a la luz pública contra los que a diario se comenten y se quedan engavetados,  presos del pánico y de las amenazas. Sin miedo a equivocarme, puedo decir que el abuso contra la mujer y las niñas es el problema número uno que enfrentan las comisiones de los derechos humanos. Por qué? Acaso existe una malinterpretación de nuestro rol en la sociedad? En qué momento nos relegaron a una segunda posición frente a los ojos universales, atrincheradas en la esquina del que pide limosna.

Somos poderosas. No hay nada más avasallante que la energía de una mujer. Tomemos responsabilidad y vamos a empoderarnos de la solución. Tenemos que empezar por nosotras mismas, por amarnos por encima de cualquier grito ensalzado de lección; de cualquier insulto maquillado por una falsa emoción; de cualquier mano alzada manipulada por la presión; de cualquier manoseo y de cualquier irrespeto a lo sagrado de nuestras partes en nombre de un ausente amor.
Sé que no es fácil pero quienes viven para callarlo saben que el abuso contra la mujer es un crimen que se alimenta del miedo, de la ausencia de autoconomiento y de la falta de amor propio. Busquemos las herramientas. Las puertas de lo posible siempre están abiertas para quienes lo intentan. Hagámoslo, desde nuestro rol de viajeras, amigas, esposas, empresarias y/o amas de casa. En definitiva, somos poderosas a todo nivel.

Feliz eterno viaje, chicas.









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